
Colosenses 3:2-3 dice, «Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios».
La vida eterna es el centro de nuestro llamado como Cristianos. Aunque vivimos en este mundo, no somos parte de él; nuestros ojos están puestos en un hogar Celestial que perdura por siempre. Nuestras vidas fueron creadas para la gloria de Dios, y cada día es una oportunidad para honrarle. La incertidumbre de la vida nos recuerda que debemos estar preparados para pasar a la eternidad en cualquier momento. Ninguno de nosotros sabe cuándo llegará nuestro último día. ¿Estás preparado para encontrarte con Dios? Cada persona debe admitir humildemente su necesidad de un Salvador, reconociendo su pecado y la necesidad de nacer de nuevo.
Debemos resistir la tentación de compararnos con los demás. Las Escrituras nos recuerdan, «Pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos» (2 Corintios 10:12). La verdadera paz no se encuentra en los logros ni en las comparaciones, sino en aceptar lo que Cristo ya ha logrado por nosotros.
Jesús cargó con nuestros pecados, triunfó en la Cruz y sigue intercediendo por nosotros. La Biblia nos enseña a vivir en el mundo sin dejar que sus valores moldeen nuestros corazones. Esto sólo es posible si recibimos y obedecemos la Palabra de Dios.
Los placeres del mundo pueden intentar alejarnos, pero la verdad de Dios es el ancla que nos sostiene. Cristo nos redimió de la maldición de la ley, como nos dice Gálatas 3:13-14, y Su victoria en el Calvario nos proporciona nuestra victoria hoy.
El propósito fundamental de la vida es vivir para Cristo, honrándole en todas las circunstancias, para que algún día podamos heredar la vida eterna y reinar con Él en gloria. Recordemos: nuestras decisiones y nuestra fe de hoy serán recordadas por las generaciones venideras. Las vidas quebrantadas siguen siendo útiles en las manos de Dios. Emmanuel, Dios con nosotros, Él sigue siendo nuestra esperanza.
Oración: «Confío en Ti, Señor; mis días están en Tus manos».