
Mateo 16:26 dice, «Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?».
Este versículo plantea un profundo interrogante que va directo al corazón del propósito y las prioridades de la vida. Nos desafía a examinar las decisiones que tomamos y los valores que apreciamos. ¿Cuál es el valor de las posesiones materiales, los elogios mundanos y los logros temporales comparado con el significado eterno de nuestra alma?
En el ajetreado mundo de hoy, es fácil consumirse en la búsqueda de la riqueza, el éxito y el reconocimiento. La sociedad suele medir la riqueza según la cuenta bancaria, el puesto laboral y seguidores en las redes sociales. Sin embargo, Jesús nos recuerda que todas estas cosas son efímeras. Las riquezas y la gloria de este mundo no son más que una sombra temporal e incapaz de ofrecer paz o satisfacción duraderas. Cuando anteponemos esta búsqueda a nuestra vida espiritual, corremos el riesgo de perder lo más preciado de nosotros mismos; nuestra conexión con Dios y la salvación de nuestra alma.
El alma es eterna, creada por Dios para estar en comunión con Él por siempre. Ninguna cantidad de dinero, poder o fama puede redimir un alma una vez que se ha perdido. Sin embargo, a pesar de su valor inmensurable, muchos cambian su alma por placeres momentáneos, comprometiendo su integridad y abandonando su fe. Debemos reflexionar profundamente: ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar por las ganancias mundanas? Y, ¿realmente vale la pena?
La verdadera ganancia, como enseña Jesús, radica en alinear nuestra vida con la voluntad de Dios. Cuando damos prioridad a nuestra relación con Él, encontramos una paz y un gozo que trascienden lo material. La riqueza de la gracia de Dios, la seguridad de Su amor y la esperanza de vida eterna superan con creces cualquier cosa que este mundo pueda ofrecer. En Cristo, descubrimos nuestro verdadero valor y propósito.
Este es un llamado a reevaluar nuestras prioridades. Pongamos nuestra alma en las manos de Aquel que dio Su vida para redimirla. El mundo puede ofrecer tesoros efímeros, pero tan sólo en Jesús encontramos vida eterna. Escoge sabiamente, porque el valor de un alma va más allá de la comprensión.